Niños que prefieren evitar los conflictos: cómo acompañarlos para que no les pese y sean asertivos

Niños que prefieren evitar los conflictos: cómo acompañarlos para que no les pese y sean asertivos
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Hay niños que sienten un nudo en la garganta cuando oyen voces elevadas. Niños que dicen "da igual" aunque sí les importe. Niños que callan para no molestar, para no “liarla”, para que los adultos no se enfaden o simplemente porque aún no saben cómo decir lo que necesitan...

En este artículo hablaremos de estos niños sensibles, observadores, a menudo silenciosos, que evitan el conflicto. ¿Cómo entenderlos y acompañarlos?

Por qué algunos niños evitan el conflicto

La evitación del conflicto es una estrategia emocional. En muchos casos, una muy lógica. Los niños pequeños están programados para buscar la seguridad del vínculo, y si perciben que hablar, protestar o disentir pone en riesgo ese vínculo (aunque sea por un simple enfado), su instinto es protegerlo. Callar se convierte en una forma de sobrevivir emocionalmente.

Según el estudio de Fabes et al. (1999) publicado en Child Development, los niños con un temperamento inhibido muestran mayores niveles de evitación en interacciones sociales complejas, no por falta de habilidades, sino por un procesamiento emocional más intenso ante situaciones de tensión.

En otras palabras: estos niños sienten más intensamente el conflicto y lo evitan porque les duele más.

  • Un ejemplo (causas y consecuencias):

Lucas tiene 6 años. Su primo le empuja jugando. No es grave, pero Lucas se queda helado. Cuando su madre le pregunta por qué no le ha dicho nada, él responde bajito: “Porque si me enfado, ya no querrá jugar conmigo”. Lucas, en el fondo, está buscando pertenecer, "asegurar" el vínculo. 

Sin embargo, aunque esta conducta se entienda, si esto ocurre siempre, y a largo plazo, también puede tener consecuencias negativas (como por ejemplo, que los niños acaben permitiendo situaciones injustas, afectación de su autoestima, etc.).

Evitar no es fallar (y no debemos forzarlos)

Es importante que, como adultos, no convirtamos la evitación del conflicto en un “problema a corregir” o en algo vergonzoso. Evitar un conflicto es una forma de protegerse. Y es tan válida como cualquier otra, sobre todo cuando el niño todavía no tiene los recursos internos para afrontar esa situación.

Hay niños que maduran más tarde en este aspecto, y forzarlos a ser “valientes” o a “defenderse” solo añade presión y puede convertirse en una nueva fuente de ansiedad. La asertividad no se entrena con empujones ni exigencias, sino con ejemplos, experiencias y seguridad emocional.

¿Cómo acompañar sin invadir?

Aquí no hablaremos de “entrenarlos” ni de darles frases preparadas para responder. Hablaremos de cultivar su derecho a existir con voz propia. Y eso empieza por nosotros.

1) Enséñale que un “no” no rompe nada

Un niño que evita conflictos muchas veces teme que un “no” lo convierta en “malo”. Si cada vez que marca un límite lo miramos con desaprobación o le pedimos que lo suavice, le estamos enseñando que su “no” tiene consecuencias negativas.

En cambio, cuando le respondemos con algo como “entiendo que no quieras, gracias por decírmelo”, le estamos regalando una verdad: puedes decir lo que necesitas sin dejar de ser querido.

2) Juega a invertir roles

Un recurso sencillo y eficaz: jugar a representar situaciones de conflicto (quién se queda el juguete, quién dice qué) y dejar que el niño experimente diferentes respuestas. Puedes decir: “Ahora tú eres el que ha perdido el turno. ¿Qué dirías?”. Así convertimos lo difícil en juego, y lo temido en ensayo.

3) Cuidado con elogiar al niño “que nunca da problemas”

Hay una trampa muy común: sobrevalorar al niño que nunca protesta, que siempre cede, que es “fácil”. El precio de ser “bueno” todo el tiempo puede ser la pérdida de autenticidad. Escuchemos más allá del silencio. A veces, el conflicto que no aparece fuera se ha quedado atrapado dentro.

4) Valida incluso su necesidad de evitar

“Te entiendo, no siempre apetece decir algo”. Esta frase, tan simple, es mágica. No hay urgencia por convertirle en portavoz de sus derechos si aún no está preparado o si no le apetece. Solo al sentirse comprendido podrá abrirse con el tiempo.

Enseñar a no desaparecer

Acompañar a un niño que evita los conflictos no consiste en enseñarle a discutir. Ni en pedirle que se defienda. Se trata de entender qué hay detrás de su conducta (¿miedo a defraudar?, ¿anhelo intenso de pertenecer?, ¿falta de habilidades...?) y valorar las consecuencias, y también de darle permiso para estar, incluso cuando eso implique incomodar o disentir.

Porque los niños no deben elegir entre ser queridos o ser sinceros. Nuestra labor es que descubran, poco a poco, que pueden ser ambas cosas a la vez.

Y quizás, un día, ese niño que antes callaba diga: “No quiero que me quites el sitio, porque yo también quiero estar”. Y lo diga con calma. Y se quede.

Foto | Portada (Freepik)

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