
Imagina que tu hijo llega a casa con un 7 en un examen y tú, sin querer, respondes: “¿Y qué ha sacado el resto de la clase?” Parece una pregunta inocente, incluso lógica. Pero sin darte cuenta, acabas de abrirle la puerta a la trampa del logro: esa cárcel dorada en la que muchos niños crecen creyendo que su valor personal depende de lo que consiguen, no de quiénes son.
Jennifer Wallace, autora del libro Never Enough, lanza una advertencia que cala hondo: “El logro se vuelve tóxico cuando enredamos nuestra autoestima y nuestro valor con nuestros logros”.
Y si los adultos ya sufrimos esa presión invisible por rendir, imagina lo que puede sentir un niño cuando percibe que su valía está en sus notas, medallas o diplomas.
¿Cómo llegamos hasta aquí?
No lo hacemos por maldad. De hecho, todo parte del amor. Como padres, queremos lo mejor para nuestros hijos. Soñamos con verlos brillar, seguros, felices.
Pero como bien señalaba Susan Newman en Psychology Today, muchas veces confundimos lo mejor con lo más alto, y empezamos a empujarles suavemente… hasta que la presión se vuelve constante.
Wallace lo comprobó en su investigación con 6.500 familias: el 87 % de los padres confesaba desear una infancia menos estresante para sus hijos. Y sin embargo, muchos siguen midiendo el éxito con la vara del rendimiento.
¿Qué efectos tiene esto en los niños?
Muchos niños de clase media-alta, según estudios de Suniyar Luthar, el difunto profesor de psicología de la Universidad de Columbia e investigador en resiliencia, sufren niveles más altos de ansiedad, depresión y consumo de sustancias que aquellos en entornos más vulnerables.
¿Por qué? Porque la presión por destacar, por ser “el mejor”, puede hacer que los niños nunca se sientan lo suficientemente buenos.
En lugar de aprender a tolerar el error, se obsesionan con evitarlo. En lugar de explorar quiénes son, intentan convertirse en lo que creen que sus padres esperan. Así, el “tienes potencial” se convierte en una carga, no en un regalo.
¿Cómo evitar esta trampa sin renunciar a fomentar 'lo mejor'?
No se trata de dejar de animarles. Se trata de cambiar desde dónde lo hacemos. Aquí van algunas estrategias para acompañarlos:
1) Celebra 'lo invisible'
Haz un elogio que no esté vinculado al resultado: “Me ha encantado cómo has mantenido la calma cuando te salió mal el ejercicio”, o “Qué gusto da ver lo cuidadoso que has sido con tu amiga hoy”. Esto le enseña que sus cualidades humanas también tienen valor, incluso más que una nota.
2) Ten citas con tu hijo sin propósito
Pasead sin rumbo. Pintad sin objetivo. Jugad sin ganar. En esos espacios sin meta, florece el ser, no el hacer, y además se cultiva la motivación intrínseca, no extrínseca (asociada a los logros). Es ahí donde se revela su autenticidad. Y, de paso, la tuya también.
3) Haz autocrítica amable
¿Te escuchas cuando hablas de ti? “No valgo porque no me ascendieron”, “Si no saco esto adelante, soy un desastre”. Lo que decimos de nosotros también cala en nuestros hijos. Enséñales, con el ejemplo, a separarse del rendimiento. Puedes decir: “Estoy frustrado porque algo no ha salido como quería, pero sigo siendo yo. Y estoy aprendiendo.”
4) Cambia el verbo ‘ser’ por ‘estar’
“Eres un campeón” parece halagador, pero fija la identidad en el logro. Mejor: “Hoy lo hiciste genial en el partido”, lo que implica que mañana puede que no, y no pasa nada. Que ser querido no dependa de ser excelente.
5) Recuerda que no vinieron a cumplir tus sueños
Ajusta las expectativas con tus hijos. Tu hijo no es tu segunda oportunidad. No tiene que ser pianista porque tú no lo fuiste. Ni estudiar Medicina porque “da seguridad”. Como escribió la psicóloga Alison Gopnik, los niños no son esculturas a moldear, sino jardines a cuidar. Desordenados, imprevisibles… y maravillosos.
Valen por lo que son, no por lo que hacen
Criar en una cultura del logro no es fácil. Las redes sociales, el colegio, los otros padres… todo empuja en esa dirección. Pero como madre o padre, puedes ofrecerles algo mucho más valioso que la perfección: la libertad de ser ellos mismos.
Quizá no lleguen a Harvard. Pero si llegan a casa sabiendo que no tienen que ganarse tu amor, ya habrán triunfado. ¿Y tú? ¿Estás criando para el currículum… o para la vida?
Foto | Portada (Montaje; Jennifer Breheny Wallace + Freepik)